De alguna manera, la técnica de imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) es ejemplo de este intento. En un principio sólo se analizaba qué áreas del cerebro mostraban una activación significativa durante una determinada tarea (por ejemplo, ver caras comparado con ver figuras geométricas). A medida que las herramientas de análisis evolucionaron fue posible evaluar patrones de actividad en todo el cerebro. Así se observó que un estímulo específico, como la imagen de una cara, está relacionado con un determinado patrón de actividad en todo el cerebro y no en una sola área. Por caso, el giro fusiforme, una región del cerebro ubicada en el lóbulo temporal, resulta fundamental a la hora de reconocer rostros. Sin embargo, la cara de un familiar muy querido probablemente implique también actividad en áreas relacionadas con sentimientos de afecto y áreas asociadas a la memoria si recordamos alguna vivencia compartida.
Es analizando estos patrones de actividad que los neurocientíficos han comenzado a descifrar qué estamos pensando, viendo, imaginando o escuchando. Esta información es procesada por una computadora donde un programa, llamado “clasificador”, aprende a asociar patrones de actividad cerebral con distintos estímulos. Una vez que el programa adquirió suficientes datos para “aprender” a diferenciar estos patrones, puede deducir lo q ue “piensa” o ve alguien con 92% de precisión.
Por el momento, la mejor forma de saber qué es lo que una persona está pensando sigue siendo hablar con ella.
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