Especial #8M: Hacheras de La Pampa

Invisibilizadas durante casi un siglo, las hacheras de La Maruja escriben su propia página en la historia del pueblo más joven de La Pampa. Desde niñas trabajaron en condiciones inhumanas, sobrevivieron en toldos y criaron varios hijos.  En algún momento se animaron y torcieron para siempre el rumbo de su propia vida. 

Historia  de  Mirta

La primera noche que pasó en el monte, Mirta Benítez no pegó un ojo. Le daban miedo los bichos y animales silvestres que pudieran colarse en el toldo, la remota posibilidad de que aparezca un croto y cruce la puerta de arpillera. Tenía 15 años y un bebé de cinco meses que dormía en un moisés hecho con un cajón de manzanas. Al lado de la criatura, un perro galgo le custodiaba el sueño. Nunca se había imaginado tanta soledad, tanto silencio.

–Era todo desierto, no veía luces, ni gente, nada. Quería llorar, morirme-, dice ahora Mirta, a los 65 años, en la cocina de la casa que comparte con Merardo Sosa, su marido, con el que “hachaba a la par”.

Además de tumbar caldenes, la joven Mirta, niña menuda de cuerpo flaquísimo, criaba lechones, gallinas y ordeñaba una vaca. Se las arreglaba para alambrar y hacer construcciones de chorizo, el método que utiliza barro y pasto puna para levantar las paredes de los toldos. Su madre, Rosa Rivero, albañila de La Maruja le había enseñado cómo hacerlo.

Veinte años de esa vida, nunca terminó la primaria. Cuando volvió del campo El Bagual, ella misma levantó su primera casa de adobe. Después trabajó de portera y cocinera. Hoy, jubilada, dice que no le duele nada y que tuvo mucha suerte: nunca le picó un bicho y nada le pasó a ninguno de sus ocho hijos. El pasado fue para ella pura miseria, triste y nada fácil. Su última victoria contra el monte fue haber rescatado a su hijo Rubén de las hachadas. Hoy es alambrador.

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