
“Los barcos extranjeros arriban de noche, cuando el cielo los ayuda a ocultarse con facilidad y se sienten más a gusto. Se suelen colocar en el límite que divide a las aguas internacionales respecto del Mar Argentino. Juegan con esa frontera, porosa y móvil, que los traslada de la milla 199 a la 201. Y trabajan sin descanso durante toda la madrugada, en buena parte del tiempo, sobre las aguas locales. Agreden la soberanía”, este es un fragmento del libro “El campo azul. Un viaje por la geopolítica del Mar Argentino” (Capital Intelectual), publicado por Pablo Esteban de manera reciente.
De hecho, según se calcula, de manera sostenida se capturan 300 mil toneladas anuales de merluza, 130 mil toneladas de calamar y 200 mil de langostino. Las patrullas de la Prefectura son las que custodian el lugar y se desplazan como centinelas procurando cubrir extensas zonas de terreno. Cuando realizan alguna intercepción en aguas locales, marchan hacia la embarcación foránea y le solicitan la identificación con el propósito de que suspenda sus actividades de inmediato. Lo cierto es que los barcos extranjeros son libres para circular pero no para pescar. Luego, según indica el protocolo, si efectivamente se comprueba que estaban cometiendo una infracción (es decir que pescaban en el Mar Argentino), el barco y la tripulación quedan detenidos.
A los chinos y los coreanos también se suman –aunque en menor medida– los españoles, los rusos y los británicos.
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